3 de enero de 2023
Con motivo del Día Internacional de las Juezas, la OMPI rinde homenaje a la extraordinaria carrera de las juezas que dan ejemplo y contribuyen activamente a crear un ecosistema de propiedad intelectual (PI) equilibrado y eficaz en todo el mundo. Hoy presentamos las motivadoras historias de tres de ellas, así como sus trayectorias, aspiraciones y retos a la hora de convertirse en juezas y ejercer como tales.
Si desea conocer más celebraciones sobre la mujer en la PI, participe en la campaña del Día Mundial de la Propiedad Intelectual 2023 de la OMPI sobre "La mujer y la PI: acelerar la innovación y la creatividad".
Mi camino hasta llegar a ser jueza no fue fácil. La formación jurídica de las mujeres en Jordania no era tan accesible como ahora. Para obtener un título universitario en Derecho, tuve que trasladarme de mi ciudad natal a Ammán para estudiar en la Universidad de Jordania. Tras licenciarme, adquirí experiencia en varios puestos básicos en el Ministerio de Trabajo, en el sector de la capacitación de la mujer, pero sabía que quería llegar más lejos en mi carrera, así que me matriculé en el instituto judicial para ser jueza. Me convertí en la séptima jueza de Jordania.
Empecé a interesarme por la propiedad intelectual, en particular por los derechos de autor, después de ser jueza y adquirir cierta experiencia judicial. Realicé una maestría en PI en la Universidad de Jordania y, durante los años siguientes, ocupé diversos cargos judiciales que me permitieron tener un mayor contacto con la PI, por ejemplo, como inspectora judicial y presidenta del Tribunal de Primera Instancia de Salt (una ciudad de Jordania). Posteriormente, obtuve una maestría en Derecho por la Universidad Brigham Young y un doctorado en Derecho penal con especialización en derecho de autor por la Universidad de Jordania.
Mis modelos a seguir son mis padres. Mi madre me transmitió todas las habilidades necesarias para convertirme en una persona justa y en una buena jueza. Mi padre siempre se ha preocupado de que tengamos igualdad de oportunidades y de que podamos seguir estudiando. Además, el poder judicial en Jordania siempre ha apoyado a las personas cualificadas, independientemente del sexo, lo que me ha servido de estímulo y me ha alentado en mi camino.
Mi consejo a las mujeres que aspiran a ser juezas es que deben estar impulsadas por el deseo de justicia. Ser jueza no es fácil, y llegar a ser una buena jueza es un camino aún más difícil. Una buena juez debe dedicar un tiempo considerable a su profesión. Es necesario ser justa con las demás personas, tanto durante como después de las horas de trabajo. Por último, nunca hay que dejar de aprender y crecer.
Mi camino hacia la judicatura empezó incluso antes de acabar la carrera de Derecho. Durante mis estudios de Derecho, me interesé por el Derecho administrativo y fiscal, por lo que comencé a trabajar en el Tribunal Federal de Justicia Administrativa en la Ciudad de México en un puesto de edición para la publicación de las resoluciones en una revista. Me fascinó el trabajo de reflexión y resolución de disputas, lo que me llevó a una carrera judicial de casi 35 años.
En 2009, contribuí al establecimiento de la Sala Especializada en PI dentro del Tribunal Federal de Justicia Administrativa, junto con dos valientes y admirables juezas. Fue la primera sala especializada en PI de México, y los 11 años siguientes de mi carrera judicial los dediqué por entero a la PI. Durante este periodo, resolvimos más de 25.000 causas relacionadas con la PI. Fue sin duda el periodo más importante de mi carrera profesional.
Uno de los aspectos más gratificantes de ser jueza es el reconocimiento público del deber cumplido. Es muy satisfactorio dictar una sentencia cuando me siento convencida de haber entendido los argumentos de las partes, de haber aplicado debidamente las normas y de que una decisión bien meditada tendrá una repercusión considerable en la vida de una persona, en la estabilidad de una empresa o en los recursos públicos destinados al bien común.
Lo más complicado de ser jueza es la toma de decisiones en asuntos técnicamente difíciles o que implican un gran escrutinio público e intereses económicos, así como la superación de las presiones internas y externas que pretenden influir en una decisión. Además, en algunos momentos de mi carrera he topado con prejuicios sobre mi competencia por ser jueza, sobre todo en el ascenso a posiciones de alta responsabilidad.
Un aspecto interesante de juzgar disputas sobre propiedad intelectual es que la jueza debe mantener la objetividad y ponerse en la piel de un consumidor medio. Y, aunque parezca extraño, me he sumergido tanto en la PI que cada vez que voy de compras no puedo dejar de pensar en si existe o no probabilidad de confusión en las marcas que hay en el supermercado. En más de una ocasión he llegado a la conclusión de que el registro de una marca no debería haberse concedido.
Para mí, el ámbito más complejo de la PI es la protección de patentes. Hace unos años tuve que resolver un litigio relacionado con la infracción de la patente de un medicamento. Comprender los aspectos técnicos y el método de obtención del medicamento resultó bastante difícil, sobre todo porque ese fue el factor decisivo en el asunto.
El mejor consejo que podría dar a las mujeres que aspiran a ser juezas es que deben realizar un autoanálisis para determinar si es su vocación el estudio y resolución de un conflicto. Decidir el resultado de un conflicto requiere horas de meditación. Ser jueza puede resultar agotador para quien no acepta la reflexión en soledad.
Me sentí motivada para ser jueza tras dos experiencias clave en mi vida. Tras mi formación jurídica de posgrado, me ofrecieron un puesto como investigadora en la Asociación Internacional de Abogados (IBA) en Londres, donde trabajé en la elaboración de directrices para las misiones de investigación. Trabajé en el asesinato de Rafik Hariri y vi cómo la política y los retrasos pueden hacer que la injusticia se encone. Más tarde, trabajé en casos de genocidio en el Tribunal de las Naciones Unidas para Rwanda.
Estas dos experiencias profesionales fueron transformadoras y me obligaron a desempeñar un papel más activo para garantizar la justicia. Tuve la suerte de que, en el momento oportuno, hubiera vacantes en la judicatura ugandesa y sentí el anhelo de regresar y servir a mi país.
Tengo varios modelos a seguir: Solome Balungi Bossa, magistrada ugandesa del Tribunal Penal Internacional, siempre ha sido un modelo para mí; su humildad ante los grandes éxitos es fuente de motivación. La difunta Ruth Bader Ginsburg, magistrada del Tribunal Supremo de Estados Unidos, cortaba la respiración por su precisión y honradez. Por último, Richard Joseph Goldstone, antiguo juez sudafricano, por su impecable capacidad de redacción que deja una huella indeleble.
En la vida, admiro a Indra Nooyi, antigua consejera delegada de PepsiCo, y a Barak Obama, antiguo presidente de los Estados Unidos de América: su capacidad para mantener la mirada en el premio y en el panorama general frente a la adversidad es admirable.
Lo mejor de ser jueza es cuando dictas sentencia y la parte perdedora reconoce el resultado y te da las gracias por haber tenido en cuenta sus argumentos y haber tomado una decisión justa.
Lo más difícil de ser jueza es saber que, en ciertos casos, la sentencia que dicte no resolverá la crisis entre las partes. Es reconocer que los sistemas legal y judicial siguen teniendo límites en su capacidad para impartir justicia.
El mejor consejo que puedo dar a las mujeres que aspiran a ser juezas es que merece la pena. No obstante, llegar a ser jueza no consiste en obtener el puesto y los privilegios que se le atribuyen. Se trata más bien de un liderazgo de servicio. Hay que trabajar muy duro, ser detallista y seguir siendo relevante en tiempos y espacios cambiantes.