Intriga en el mundo de la P.I.: De los tribunales al éxito de ventas
Aunque la propiedad intelectual se haya considerado otrora como algo abstruso o falto de interés, actualmente se está convirtiendo en uno de los temas favoritos para las historias de misterio, las obras de teatro o los debates de contenido histórico. Es posible que los lectores recuerden la novela superventas de 2006 Errors and Omissions, de Paul Goldstein, en la cual un abogado especializado en derechos de autor se ve envuelto en una intriga internacional al tener que comprobar los derechos de propiedad intelectual para unos estudios cinematográficos que están haciendo una película de espionaje. Goldstein se inspiró en un caso real, en el que él mismo tuvo que defender los derechos de MGM y United Artists sobre la serie James Bond. Recientemente, otras dos obras, inspiradas en las batallas libradas para hacerse de una patente, han atraído el interés de los medios de comunicación.
La televisión llevada al teatro
La obra The Farnsworth Invention se estrenó en Broadway en diciembre con gran éxito de público. La trepidante obra de Aaron Sorkin describe la carrera por inventar la televisión entre un genio que se crió en una granja, Philo T. Farnsworth, y un magnate de los medios de comunicación, David Sarnoff.
“Ve a conseguir un generador. Cliff y yo vamos a construir un laboratorio”. Jimmi Simpson interpretando al genio solitario Philo Farnsworth. (Foto: © Joan Marcus, 2007)
A Farnsworth, nacido en 1906, se le ocurrió la idea de lo que se convertiría en la televisión cuando todavía iba a la escuela. Los dibujos en la pizarra de su clase de química en el instituto podrían servir de prueba en un caso de interferencia de patentes. En 1927, Farnsworth presentó una solicitud de registro de patente para el “Image Dissector” (diseccionador de imágenes), el primer sistema de televisión completamente electrónico. En 1928, hizo una demostración de su invención ante la prensa –enviando el símbolo del dólar como primera imagen a sus preocupados inversores– y un año después transmitió las primeras imágenes humanas. En 1930, se concedieron a Farnsworth las patentes por sus retransmisiones de imágenes en movimiento.
Como muchos inventores, Farnsworth se basó en los avances tecnológicos de otros inventores anteriores a él. Sin embargo, él fue el primero que inventó una televisión eléctrica sin ningún elemento mecánico; enseguida se dio cuenta de que la velocidad de transmisión necesaria para que la imagen fuese satisfactoria era imposible de generar por medios mecánicos.
“Si le hacemos una oferta, significa que él inventó la televisión”. Hank Azaria interpretando al magnate de los medios de comunicación David Sarnoff. (Foto: © Joan Marcus, 2007)
Sarnoff, que estaba a cargo de las radiodifusiones de la Radio Corporation of America (RCA), empresa que presidió a partir de 1930, supo ver el enorme potencial de la televisión. En 1928, decidió financiar las investigaciones del ingeniero Vladimir Zworykin sobre la televisión eléctrica. Zworykin pensó que sólo necesitaría 100.000 dólares estadounidenses y dos años para llevar a término su proyecto. En realidad, le llevó ocho años, una visita al laboratorio de Farnsworth –donde éste le dio algunas de las respuestas a los problemas técnicos que estaba teniendo– y unos 50 millones de dólares.
En 1931 Farnsworth rechazó la oferta de 100.000 dólares que le hizo Sarnoff a cambio de su patente, lo que marcó el comienzo de una interminable batalla judicial con la RCA, que le dejó en la ruina e incapaz de comercializar su invención. Farnsworth ganó la batalla en 1939, cuando se dictaminó que la RCA pagase 1 millón de dólares estadounidenses a Farnsworth en concepto de regalías. Sin embargo, Sarnoff ganó la guerra, cuando la invención de Zworykin se convirtió en el modelo aceptado de televisión.
La obra de Broadway trastoca muchos de los hechos históricos –por ejemplo, el de que la patente de Farnsworth fuese ratificada por los tribunales, dato que se niega en la representación. No obstante, como comenta el crítico Vindu Goel (The Mercury News), “Es divertida de ver… y contiene algunas lecciones inolvidables sobre las empresas y la tecnología”.
El inventor del teléfono en la cuerda floja
Avivando las llamas de la polémica –que se han estado consumiendo durante más de 100 años–, el último libro del periodista Seth Shulman, The Telephone Gambit, echa mano de las notas de Alexander Graham Bell, que en su opinión contienen la prueba de que Bell robó la patente del teléfono a Elisha Gray. La controversia sobre quién es el verdadero inventor del teléfono surgió en 1876, cuando Bell presentó su solicitud de patente de invención.
¿Robó Alexander Graham Bell la patente del teléfono? Seth Shulman examina las pruebas extraídas de los cuadernos de Bell (Foto WW Norton. 2008).
La carrera que finalizó con la invención del teléfono se hizo más trepidante a mediados del siglo XIX. Numerosos inventores registraron patentes para aparatos que a la larga no funcionaron. En sus primeros 18 años, la Bell Telephone Company entabló y ganó más de 600 batallas judiciales con inventores y fabricantes, que decían tener prioridad sobre su invención. La mayoría de los demás aparatos podían trasmitir ruidos –un clic, un zumbido, un sonido metálico–, pero ninguno transmitía una conversación inteligible. Entre los demandantes que más lejos llegaron, se encontraban Elisha Gray y Antonio Meucci.
En 1871, Meucci presentó una advertencia previa a una patente (un anuncio de la intención de presentar una solicitud de patente, que impedía que se otorgara una patente a cualquier otra persona en lo relativo a la misma invención durante un período de un año) para el “teletrófono”. Meucci renovó la advertencia en 1872 y 1873, pero no pudo hacerlo después de 1874, lo cual permitió a Alexander Graham Bell presentar su solicitud de patente en 1876. Cuando lo hizo, Meucci lo denunció por infracción.
En las primeras fases, parecía que Meucci estaba haciéndose con el caso: no sólo consiguió que el Gobierno de los Estados Unidos anulase la patente que se le había concedido a Bell, al que se acusó de haber incurrido en fraude y falsedad, sino que el Secretario de Estado también realizó unas declaraciones afirmando que existían “pruebas suficientes para otorgarle la prioridad a Meucci en lo relativo a la invención del teléfono”. No obstante, el Juez William J. Wallace se puso del lado de Bell en su sentencia de 1886, argumentando que el teléfono de Meucci era mecánico, y no eléctrico. A partir de entonces, la causa de Meucci contra Bell se fue posponiendo de año en año hasta 1896, momento en el que se abandonó debido a la muerte del primero.
Sin embargo, otros retomaron su lucha y, más de 100 años después, en 2002, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos emitió una Resolución (HRES 269 EH) según la cual “deberán reconocerse la vida y obra de Antonio Meucci, al igual que su labor en la invención del teléfono”. Esta sentencia contentó a algunos, pero otros pusieron el grito en el cielo. Los argumentos de unos y otros aparecen en Internet.
Bell y Elisha Gray presentaron sendas solicitudes de patente el 14 de febrero de 1876. Gray, que en un primer momento felicitó a Bell por su invento, acabó denunciándolo por robar su idea. En The Telephone Gambit, Seth Shulman sostiene que Elisha Gray no mentía en su acusación.
Shulman asegura que no sólo sirven para condenar a Bell sus notas de laboratorio, sino también una confesión firmada de un examinador de patentes en la que éste admitía que, el 26 de febrero, le había enseñado a Bell la solicitud de patente de Gray. Esta solicitud contenía detalles sobre el descubrimiento de Gray de que el cable sumergido en agua podía trasmitir sonidos más fácilmente. Shulman indica que en las anotaciones del 8 de marzo Bell da cuenta de un descubrimiento repentino según el cual el cable sumergido es conductor del sonido, justo a tiempo para la célebre demostración pública del invento realizada por Bell el 10 de marzo y su famoso “Watson, ven. Quiero verte”.
Además, parece ser que el 14 de febrero la solicitud de Gray fue presentada antes que la de Bell, pero Gardiner Hubbard, un conocido abogado especializado en patentes que casualmente era suegro y socio de Bell, se sirvió de sus contactos en la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos para que tramitasen más rápido la solicitud de Bell y la aprobasen antes que la de Gray. El libro es interesante e invita a reescribir la historia.
¡No hay ni un sólo día en que no pase algo en el mundo de las patentes! Basta con remover un poco en esos archivos polvorientos para encontrar la trama de la próxima novela superventas o del nuevo taquillazo de Broadway.
Por Sylvie Castonguay, Redacción de la Revista de la OMPI, División de Comunicaciones y Sensibilización del Público
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