“Negros”, creadores, engaños
Los “negros” se pueden llenar de oro estos días. Existen empresas de “negros” (personas que escriben anónimamente obras literarias que llevarán el nombre de otros) así como de personas que ofrecen sus servicios a quienes están demasiado ocupados (como los políticos famosos), quienes carecen de las capacidades necesarias o quienes son demasiado prolíficos como para arreglárselas sin asistencia en tareas de investigación y preparación de borradores. Alejandro Dumas pertenecía a esta última categoría.
Alejandro Dumas y Augusto Maquet retratados por el famoso caricaturista francés Gill. (Foto: ClipArt)
Aunque Dumas murió en 1870, no fue hasta 2002 cuando se trasladaron sus restos al Panthéon de París para reunirse con otros gigantes literarios de su tiempo, entre ellos Émile Zola y Víctor Hugo. Esto parece ratificar su autoría de alguna de las obras más queridas de la literatura, como “Los tres mosqueteros” y sus continuadoras, “El Conde de Montecristo” y “El tulipán negro”. Utilizó un gran número de colaboradores, tanto para sus obras teatrales como para sus novelas, el más destacado de lo cuales, Augusto Maquet, que le ayudó a escribir los libros mencionados entre otros, le llevó ante los tribunales en la década de 1850 para reclamarle honorarios no pagados y para recuperar su propiedad literaria como coautor. El resultado fue que Dumas conservó sus derechos de autor único, pero como deudor se le exigió pagar a Maquet 145.200 francos en un período de once años. Si los escritores anónimos acuerdan bajo contrato no reclamar su derecho de atribución, incluso a cambio de un pago, pueden darse circunstancias en las que sí deseen que se les reconozca su contribución. El caso de Maquet contra Dumas ilustra la dificultad de delimitar claramente el valor de la contribución de cada una de las personas.
Sin embargo, una comparación de manuscritos, ya se hayan realizado a mano o tecleado utilizando la misma o diferentes computadoras, es una prueba no concluyente: ¿quién puede atribuir de forma irrefutable ideas y palabras incluso a la persona que las ha escrito cuando la colaboración supone tal cantidad de comunicación oral e intercambio de puntos de vista? Quizá la reivindicación de Dumas no sólo provenga de la confirmación ante los tribunales de su maestría y control general, algo distinto del acto material de la redacción voluminosa, sino también del curso de la historia: fue Dumas quien transformó la primera novela de Maquet al ampliarla y mejorarla y publicarla bajo su propio nombre (se trataba de“Le Chevalier d’Harmental”), y pese a que Maquet finalmente rompió con Dumas y publicó sus novelas bajo su propio nombre, éstas cayeron en el olvido hace mucho tiempo.
Fama y reconocimiento
La publicación bajo el nombre de Dumas plantea la cuestión de las ventajas que confiere el reconocimiento del nombre. Los expertos en propiedad intelectual1 han señalado una analogía entre el derecho de autor y el derecho de marcas: el nombre de un autor puede verse como la marca del autor que atrae la identificación del público y el “consumo” de determinados productos en el mercado y, del mismo modo, un colaborador literario puede verse como un licenciatario que, no obstante, no ejerce control decisivo sobre el producto final. Los editores de Dumas en su período álgido debieron ver su nombre como el más comercializable. En el mundo de las bellas artes, los pintores y los escultores utilizan ayudantes del mismo modo, de los que un ejemplo notable es Rubens, que fue ayudado de esta manera por Van Dyck, Teniers y Jan Breughel.
La analogía de la marca también resulta útil cuando se examinan las infracciones, de modo similar a la “sustitución de productos” o a la “falsificación”. El plagio consiste en una atribución deliberada y falsa de autoría, o puede ser el uso del texto de otra persona sin reconocimiento de la fuente o con un reconocimiento insuficiente. En el mundo del arte, la falsificación es también la atribución deliberadamente falsa de una creación artística, normalmente a un artista de nombre conocido y con valor en el mercado.
Los estudiantes han utilizado el “refrito” y los ensayos modelo en forma de libro mucho antes de que llegara la informática. Internet ha ampliado las posibilidades de plagio, que a su vez ha generado tecnología para su detección, en particular programas informáticos especiales e incluso máquinas precisas de comparación de textos. Pero aparte de la copia evidente de cantidades significativas de texto, hay casos donde se encuentran determinadas similitudes entre éstos que plantean antiguos problemas que apelan al juicio humano por muy refinadas que sean las “pruebas” tecnológicas. ¿El uso de frases idénticas es accidental o, en el caso de que sea deliberada, en qué medida? ¿Son las diferencias textuales suficientemente pequeñas como para indicar que existe plagio? ¿Deberían haberse utilizado comillas? ¿Debería haberse reconocido la fuente a lo largo del texto, en lugar de reconocerse sólo al final?
Ilustración de Los tres mosqueteros por Maurice Leloir (1851-1940).
Demandar a un personaje famoso puede hacer que caiga todo el peso de la fama, el sistema de poder establecido y el dinero sobre el demandante. A lo largo de las décadas de 1920 y 1930, aunque Florence Deeks pudo mostrar que las tramas, las omisiones e incluso errores en datos de su obra se repetirían en “Breve historia del mundo” de H. G. Wells y que su editorial común, Macmillan, podría haber dejado su manuscrito a Wells, fue despedida como una solterona rabiosa, cuyas afirmaciones no podían demostrarse de forma satisfactoria.
El mundo de las bellas artes también ha adoptado técnicas avanzadas para verificar la autenticidad, como el fechado por carbono, los rayos X y pruebas químicas mejoradas. El maestro falsificador holandés de las pinturas de Vermeer, Han van Meegeren (1889-1947), ahora podría tenerlo más difícil. Sin embargo, también existen copias realizadas de buena fe de obras de arte, que se encargan y se realizan sin pretender ningún elemento de engaño. La situación se complica aún más por los actos deliberados de artistas originados en la generosidad o la avaricia de éstos – por ejemplo, un Jean-Baptiste Corot (1796-1875) que ocasionalmente firmaba las pinturas de sus alumnos, o un avejentado Salvador Dalí que firmaba papeles o lienzos en blanco para que los utilizaran otras personas.
El Château d’If sirvió de escenario para El Conde de Montecristo.(Foto: wikipedia)
Por último, examinemos el grado de engaño deliberado y el perjuicio creado a la sociedad. Naturalmente, un mundo sensible a la propiedad intelectual adoptará la posición de que la “sustitución de productos” no es moralmente aceptable, y que la reputación es algo que va en interés de la cultura, la calidad y la integridad intelectual. Sin embargo, el argumento moral puede reforzarse en gran medida por la gravedad de las consecuencias prácticas. Las sanciones graves (exclusión, pérdida de créditos) contra los estudiantes que plagian pueden justificarse más firmemente por la desvalorización de las cualificaciones de los licenciados en el mercado de trabajo como consecuencia de plagios no sancionados. Quizá un ejemplo más claro serían los artículos de revistas médicas escritos por “negros” pagados por compañías farmacéuticas atribuidos falsamente a médicos especialistas, actuaciones que pueden poner en riesgo la vida de mucha gente en todo el mundo. Por otro lado, una solitaria Sra. Deeks perdió su causa inicial y los recursos posteriores durante una década (por lo que obtuvo solamente un cierta simpatía póstuma) y el libro de Wells se vendió fructíferamente, aumentando su reputación.
A veces la paciencia tiene un límite: Maquet, aunque fracasó en su apuesta por ser reconocido legalmente como coautor, vivió y murió ricamente, en tanto que Dumas, que conservó la gloria en su tiempo y tras su muerte, murió pobre, aunque fuese por su propia irresponsabilidad.
Por Anuradha Swaminathan, División de Comunicaciones y Sensibilización del Público de la OMPI.
_______________________
El propósito de OMPI Revista es fomentar los conocimientos del público respecto de la propiedad intelectual y la labor que realiza la OMPI, y no constituye un documento oficial de la Organización. Las denominaciones empleadas en esta publicación y la forma en que aparecen presentados los datos que contiene no entrañan, de parte de la OMPI, juicio alguno sobre la condición jurídica de ninguno de los países, territorios o zonas citados o de sus autoridades, ni respecto de la delimitación de sus fronteras o límites. La presente publicación no refleja el punto de vista de los Estados miembros ni el de la Secretaría de la OMPI. Cualquier mención de empresas o productos concretos no implica en ningún caso que la OMPI los apruebe o recomiende con respecto a otros de naturaleza similar que no se mencionen.