Síntesis de amoníaco – Un arma de doble filo
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Desde el Presidente francés, Nicolas Sarkozy, hasta el Presidente electo estadounidense, Barack Obama, los dirigentes mundiales están poniendo el punto de mira en la inversión en la tecnología y la investigación ecológicas como forma de seguir adelante e impulsar la decaída economía del mundo y crear nuevos puestos de trabajo, proponiendo programas equivalentes al New Deal de la década de 1930, de Franklin Roosevelt, entonces Presidente de los EE.UU. Pero mientras se transmite el mensaje de la innovación ecológica y las tecnologías de lucha contra el cambio climático, hay una lección importante que aprender de la patente de la síntesis de amoníaco, que celebra su centenario este año: algunas invenciones pueden ser un arma de doble filo.
Fritz Haber presentó una solicitud de patente alemana en 1908 para la síntesis de amoníaco, por la que obtuvo el Premio Nobel de Química en 1918. Se trataba verdaderamente de una invención importantísima; Haber descubrió cómo podía sintetizarse el amoníaco, una forma de nitrógeno químicamente reactivo fácilmente utilizable1. El suelo rico en nitrógeno de forma natural ofrece un terreno agrícola extraordinario debido a su elevada productividad, pero el nitrógeno se va reduciendo con cada cosecha, disminuyendo el rendimiento de las tierras de labranza año tras año. Disponer de un medio para restituir el nitrógeno al suelo supondría una cosecha continua y abundante. Nuestra atmósfera está formada por un 78% de nitrógeno, pero éste se encuentra en una forma química y biológicamente no utilizable. Gracias al descubrimiento de Haber, se pudo disponer rápidamente de nitrógeno barato fácilmente utilizable como fertilizante. La síntesis de amoníaco aumentó exponencialmente las cosechas y seguirá haciéndolo en los años venideros. A su invención se le atribuye la salvación de millones de vidas, y probablemente salvará miles de millones más.
Sin embargo, el nitrógeno tiene otra aplicación: es el ingrediente fundamental del explosivo TNT (trinitrotolueno). En su discurso de aceptación del Premio Nobel, Haber solamente mencionó haber estado motivado por la creciente demanda de alimentos, pero era muy consciente de la otra aplicación de la invención. Tras el descubrimiento de la síntesis de amoníaco, trabajó durante la Primera Guerra Mundial en la investigación de un gas tóxico, granjeándose el título de “padre de la guerra química”. La invención de la síntesis de amoníaco de Haber tiene un doble filo; ha contribuido a salvar la vida de millones de personas, pero también a acabar con la de otros muchos millones más.
Cien años después, incluso las aplicaciones positivas de la síntesis de amoníaco han tenido consecuencias. Haber no podía haber previsto “la cascada de cambios medioambientales, como el aumento de la contaminación del agua y el aire, la alteración de los niveles de gases de efecto invernadero y la pérdida de biodiversidad, consecuencia del aumento colosal en la producción y uso de amoníaco que iba a seguir de la invención”.2 Ahora tenemos que enfrentarnos a la contaminación del suelo, los ríos y el aire debido a los residuos líquidos de la fertilización química.
No obstante, la fertilización mediante nitrógeno no desaparecerá en un plazo próximo. Se prevé que la población mundial se elevará a nueve mil millones de personas en 2042, y aumentará todavía más nuestra dependencia de los fertilizantes de nitrógeno. En el artículo titulado How a century of ammonia synthesis changed the world, publicado en el número de 28 de septiembre de 2008 de Nature Geoscience, se examinan varias situaciones posibles con relación al uso futuro de fertilizantes de nitrógeno y los retos que probablemente habrá que enfrentar durante los próximos cien años por lo que se ha denominado “nuestra economía del nitrógeno”.
¿Quién querría realmente juzgar si los beneficios de la invención de Haber han excedido las consecuencias? ¿Podemos incluso imaginar un futuro sin ella? La síntesis de amoníaco no es un hecho aislado; muchas invenciones tienen aplicaciones tanto positivas como negativas, además de contribuir a la contaminación del aire, el suelo y el agua. Los encargados de formulación de políticas, los investigadores y los innovadores están dedicándose a descubrir tecnologías de lucha contra el cambio climático que no provoquen más daños al planeta.
Sylvie Castonguay, División de la OMPI de Comunicación y Sensibilización del Público.
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