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Catalizar la creatividad en el universo digital

Abril de 2011

Lord David Puttnam, productor cinematográfico ganador de un Óscar, reflexiona sobre la creciente importancia de las industrias creativas y la necesidad de aprovechar todas las ventajas que ofrece el entorno digital para alcanzar el crecimiento económico a largo plazo.

Acerca de Lord Puttnam


Fotografía: Cortesía de Lord Puttnam

Lord Puttnam se inició en la producción cinematográfica a finales de la década de 1960. Entre sus éxitos como productor figuran clásicos del cine como Bugsy Malone, El expreso de medianoche, Carros de fuego (premiada con el Óscar a la mejor película en 1981), Un tipo genial, Memphis Belle o Cita con Venus, así como Los gritos del silencio y La misión (ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1986), estas últimas dirigidas por Roland Joffé. Entre 1986 y 1988, Lord Puttnam fue Presidente y Director General de Columbia Pictures. Actualmente, es Presidente de la Film Distributors’ Association, Vicepresidente del servicio público de radiodifusión británico Channel 4 y Rector de la Open University.

En estos tiempos tan sumamente complejos, las industrias creativas están adquiriendo una importancia que nunca antes han tenido. Las tecnologías digitales, como la banda ancha, ya están transformando la manera en que las audiencias consumen imágenes en movimiento de todo tipo. Pero más que ninguna otra cosa, esta transformación está siendo impulsada por un creciente número de cambios fundamentales en el comportamiento del individuo —de las audiencias, como consumidores y como ciudadanos. Así, por ejemplo, la gente quiere tecnologías digitales para acceder a los contenidos con mayor rapidez y comodidad, tanto desde el hogar como sobre la marcha, en formas que no cabía imaginar hace apenas un decenio. Huelga decir que esto plantea algunos retos difíciles para cualquiera que se dedique a la creación y distribución de películas y programas de televisión.

El cambio, cuando se produce a la escala y la velocidad que observamos hoy en día, puede resultar tremendamente difícil. Cuando empecé a trabajar en la industria del cine en la década de 1960, gran parte de ella no estaba preparada intelectual, emocional, u organizativamente para aprovechar incluso las primeras formas de innovación tecnológica.

A este respecto, hay algunas enseñanzas interesantes que debemos extraer del pasado, personificadas, quizá, en una organización que echó las campanas al vuelo con el nombre de Organización para la defensa de la industria cinematográfica (FIDO). Basada en lo que parecía ser una "brillante" idea concebida a mediados de la década de 1950 por las compañías cinematográficas británicas, esta organización trató de crear un fondo que le permitiera comprar los derechos de televisión de todas las películas estadounidenses y británicas con el fin de que nunca apareciesen en televisión —y, con ello, aplastar a la televisión desde su nacimiento. El intento fue un clamoroso fracaso y demostró una vez más la importancia de comprender y avenirse a los cambios industriales, en lugar de simplemente tratar de volver a un tiempo pasado.

Afortunadamente, las industrias culturales contemporáneas han mostrado un poco más de previsión que quienes trataron de dirigir la industria del cine británico como un conveniente duopolio durante las décadas de 1950 y 1960.

Mi tesis fundamental es que nuestras capacidades actuales de poco servirán si no asimilamos activamente la evolución de los medios de comunicación y aprovechamos cualquier ventaja que éstos puedan ofrecer.

Ha quedado más que claro que la forma de funcionar de nuestra industria tiene que atravesar algunos cambios bastante radicales si queremos aprovechar las oportunidades que presenta la tecnología digital a la hora de mantener —e incluso fortalecer— las industrias creativas.

Por ejemplo, si la industria se toma en serio la observancia efectiva de sus derechos de propiedad intelectual, entonces tiene que dotarse igualmente de medios efectivos para transmitir contenidos digitales a sus clientes. Es aquí donde, a mi juicio al menos, apenas hemos empezado a rascar la superficie.

Tenemos que explorar estas posibilidades de manera que sea mucho más que simplemente "permitir" las diversas formas de consumo pasivo, planteándolo, en su lugar, como un catalizador masivo para fomentar todo un nuevo mundo de colaboración creativa, de intercambio y de aprendizaje.

He aquí una historia con moraleja, extraída de los archivos de C-Span, el servicio público de radiodifusión de los Estados Unidos de América: en 1994, Christopher Dodd, senador demócrata por Connecticut, propuso una forma verdaderamente imaginativa de utilizar el valor de la propiedad intelectual del pasado para apoyar a los artistas y estudiosos del presente. La “Arts Endowing the Arts Act” (ley de dotación de las artes a través de las artes) que proponía tenía previsto ampliar 20 años la duración de la protección del derecho de autor, y utilizar una parte de los ingresos de esos años adicionales para financiar la labor creativa contemporánea. De acuerdo con la normativa vigente en aquel momento, la ley de derecho de autor de los Estados Unidos protegía la obra de una persona durante toda su vida, a los que se sumaban otros 50 años. Las empresas con obras realizadas bajo "contrato de arrendamiento de obra con cesión de derechos" poseían los derechos durante 75 años.

En virtud de la propuesta del senador Dodd, al final de estos períodos respectivos de protección, los derechos correspondientes a los 20 años adicionales serían subastados públicamente, y parte de los beneficios derivados de éstos irían destinados a crear un patrimonio dedicado a las artes y las humanidades. Trágicamente, la propuesta de Dodd fracasó; y cuatro años más tarde fue aprobada la propuesta de Sonny Bono de extender el plazo de protección 20 años, si bien sin ninguno de los beneficios públicos que Chris Dodd había previsto.

En este caso, todos los beneficios de la propuesta de Bono fueron sencillamente a parar a las empresas y las personas titulares.

Así pues, lo que sugiero es que nos atrevamos a mirar con nuevos ojos la posibilidad de un entorno en el que "los titulares de derechos", cuando se enfrenten ante un dilema difícil o complejo, examinen las cuestiones desde la perspectiva de "¿por qué no?", en lugar del "es de mi propiedad; así que, ¿por qué demonios habría de hacerlo?; al fin y al cabo, ¿qué puede aportarme?" Lo que estoy sugiriendo aquí es un pequeño cambio, pero un cambio minúsculo que podría, con el tiempo, abrir un nuevo rumbo.

No soy tan ingenuo como para creer que será fácil alcanzar un equilibrio defendible, y mucho menos sostenible, entre los derechos y el acceso —por la sencilla razón de que gran parte del debate se ha vuelto tan encrespado y frenético que es casi imposible tratar de entablar un diálogo equilibrado y constructivo.

Cuando se utilizan "recursos públicos" para crear un contenido, el objetivo fundamental debe ser la maximización del "beneficio público" que revierte a quienes han contribuido a pagar su creación en primera instancia. Podría ofrecer un acopio de datos sobre la forma en que se ha expandido y aumentado la sed mundial por contenidos de todo tipo en el universo digital. Ahora bien, lo que es absolutamente cierto es que el mercado global actual ya ofrece más posibilidades comerciales para contenidos bien hechos que lo que nunca antes haya existido.

Pienso que una economía basada en las industrias creativas es mucho más sostenible a largo plazo que una economía basada en instrumentos de permuta de incumplimientos crediticios.

Durante más años de los que puedo recordar, yo mismo y otras personas de la denominada “farándula”1 hemos sido acusados de promover sectores de la economía "blandos" o, en el mejor de los casos, "marginales", como el cine, la radiodifusión y el diseño, en un momento en el que los "realistas" recalcitrantes insistían en que nuestro verdadero futuro estaba en el área de los cada vez más complejos instrumentos y servicios financieros. Resultó que esos mismos "instrumentos financieros" fueron los primeros en ceder cuando empezaron a azotar descontroladamente las tormentas de la economía mundial. Nuestra propiedad intelectual, por el contrario, si la nutrimos y desarrollamos con esmero durante estos tiempos difíciles, bien podría ser uno de los motores decisivos del crecimiento futuro.

Quienes nos preocupamos por el futuro de las industrias creativas debemos tomar la iniciativa y asegurarnos de que realmente aprovechamos la oportunidad de maximizar los beneficios económicos y culturales de la era digital.

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1  Actores, actrices y otras personas con inquietudes artísticas.

El propósito de OMPI Revista es fomentar los conocimientos del público respecto de la propiedad intelectual y la labor que realiza la OMPI, y no constituye un documento oficial de la Organización. Las denominaciones empleadas en esta publicación y la forma en que aparecen presentados los datos que contiene no entrañan, de parte de la OMPI, juicio alguno sobre la condición jurídica de ninguno de los países, territorios o zonas citados o de sus autoridades, ni respecto de la delimitación de sus fronteras o límites. La presente publicación no refleja el punto de vista de los Estados miembros ni el de la Secretaría de la OMPI. Cualquier mención de empresas o productos concretos no implica en ningún caso que la OMPI los apruebe o recomiende con respecto a otros de naturaleza similar que no se mencionen.