¡No es el fin del mundo! Los entresijos de la maraña de patentes del teléfono inteligente
Por Jeffrey I. D. Lewis, Preside la American Intelectual Property Law Association (AIPLA) y es socio del estudio de abogados Patterson Belknap Webb & Tyler LLP (Nueva York), del que es especialista en litigios de patentes, y Ryan M. Mott, candidato a socio del estudio de abogados Patterson Belknap Webb & Tyler LLP (Nueva York)
¿Qué es la “maraña de patentes”? Veamos un ejemplo… Tomemos, por caso, el archiconocido “smartphone” o “teléfono inteligente”. Los costados de forma curva del aparato corresponden a la patente Nº D618,677; el dispositivo para desbloquear el aparato tocando la pantalla es objeto de la patente Nº 8.046.721; el programa de correo electrónico es reivindicado en la patente Nº 6.272.333; y, por último, el programa que permite escribir un mensaje bastando teclear parte de la palabra (el programa se encarga de completarla automáticamente) es una invención protegida por la patente Nº 8.074.172. (Las cuatro son patentes de los Estados Unidos). ¿Qué pasa cuando uno hace todo eso? Se corre el riesgo de recibir una denuncia por infracción de esas patentes o de otras docenas más, arguyéndose que se usan las invenciones sin tener una licencia válida. Puede ocurrir eso cuando uno usa un iPhone, un Android, otro modelo de teléfono inteligente o incluso una tecnología que aún es desconocida.
Quien siga la prensa sabrá que no hay un solo teléfono inteligente en el mundo que no haya sido objeto de una denuncia por infracción de patente. Aunque eso causa preocupación, no hay nada que temer: la guerra del teléfono inteligente es parte de un fenómeno cíclico del mundo de las tecnologías que no se debería exagerar.
La guerra de las patentes del teléfono inteligente
La mayoría de los mortales es ajena a la guerra de las patentes, al menos, en lo que atañe al uso cotidiano del aparato en cuestión, pero para las partes enfrentadas es una lucha encarnizada en la que se cruzan periódicamente denuncias por infracción de patente entre Apple, Samsung, Google, Research in Motion, Microsoft, Nokia, Motorola, HTC y otras compañías del ramo. Como es normal, las denuncias de infracción dan pie al pleito correspondiente.
A veces los contendientes se toman el asunto muy a pecho. Por ejemplo, el fundador de Apple, el fallecido Steve Jobs, afirmó públicamente que un modelo de teléfono inteligente de HTC es “un robo” de accesorios patentados por Apple, como la pantalla táctil, la escritura de mensajes en distintos alfabetos y el notorio dispositivo para desbloquear el aparato deslizando la yema del dedo por la pantalla. Añadió que estaba dispuesto a gastar los 40.000 millones de dólares estadounidenses que Apple tiene en el banco para enderezar el entuerto, que destruiría el Android, pues es un producto robado, y que no dudaría en lanzar la guerra atómica para conseguirlo.
Por supuesto, el teléfono inteligente es algo más que el famoso artilugio de desbloqueo, pues está formado por una combinación de elementos técnicos. Quien aporta una de esas piezas o, al menos, posee la patente de la pieza puede denunciar a cualquiera que posea un teléfono inteligente para conseguir una tajada del inmenso mercado de ese nuevo aparato.
Como cada titular posee el derecho exclusivo sobre uno o más de los numerosos pequeños artilugios de que se compone el teléfono inteligente, puede tratar de impedir que los demás fabriquen todo el aparato. Al crecer el número de titulares y de características patentadas, se vuelven insoportables los costos de transacción para armar un teléfono inteligente que tenga todas las licencias, pues el fabricante se ve obligado a negociar por separado con el dueño de cada artilugio o pieza protegido por patente. En la Figura 1 se ilustran únicamente los pleitos que tienen por objeto patentes de teléfono inteligente, pues no se cuentan los diversos contratos de licencias y demás acuerdos que son de carácter público.
Figura 1. Partes que se enfrentan actualmente en pleitos por maraña de patentes.
Crédito de la imagen: Cortesía de Mike Masnik (blog TechDirt).
La maraña de patentes
Como se puede apreciar en la Figura 1 la denominada “maraña de patentes” ilustra gráficamente la idea de “maraña”: un conjunto de ramas entrelazadas de forma inextricable.
La maraña de derechos de propiedad intelectual, en la que todos esos derechos se superponen y entremezclan, da pie a críticas de que el sistema de patentes no funciona y no es apropiado para los tiempos modernos, pues tantas patentes no hacen más que entorpecer la innovación e incluso frustrarla por completo. Sin embargo, la historia no permite llegar a esa conclusión.
(Foto: Andrea Zanchi)
Como dijo en su día el filósofo y escritor español del siglo XIX Jorge Santayana: “quien olvida el pasado está condenado a repetirlo”. Dicha sentencia es muy oportuna para quienes sostienen que la guerra del teléfono inteligente prueba que el mundo de las patentes se está viniendo abajo.
Una mirada a la historia
Sin embargo, el mundo no se viene abajo. La maraña de patentes del teléfono inteligente no es la primera que surge en la historia y tampoco es la primera vez que hay quienes temen que eso trabe la evolución de la tecnología, pues con el tiempo se desenreda la maraña gracias a la colaboración (se concede una licencia de la patente) o por la vía judicial (pleito). Tanto en un caso como en el otro la innovación prosigue su curso: el teléfono inteligente no dejará de venderse hasta que aparezca algo nuevo y el progreso continuará sin trabas.
La historia brinda varios ejemplos de marañas que surgieron en determinado momento y luego desaparecieron gracias al avance de la innovación. Así ocurrió, por ejemplo, con el aeroplano, la radio y la máquina de rastrillar para la agricultura, sin olvidar la norma MPEG para los discos DVD. En el artículo The Rise and Fall of the First American Patent Thicket: The Sewing Machine War of the 1850s (53 Ariz. Law. Rev. 165, 171 (2009)) Adam Mossoff relata la guerra de patentes que se desató en el siglo XIX cuando se inventó la máquina de coser y demuestra que no hay razones para inquietarse por la suerte que pueda correr el teléfono inteligente.
La máquina de coser del siglo XIX fue un invento tan revolucionario
como el teléfono inteligente de nuestros días y provocó una contienda
judicial igual que la desatada por causa del nuevo modelo de
teléfono. (Foto: istockphoto @ Tomml)
A comienzos de 2013 nadie se explica cómo la humilde máquina de coser pudo hacer que se tejiera una maraña de patentes, pero en el siglo XIX fue un invento tan revolucionario como lo es hoy el teléfono inteligente o alguno de los medicamentos más novedosos. Su creación fue obra de varios inventores que trabajaron en ella casi un decenio.
La guerra de la máquina de coser
La invención de la máquina de coser es mérito de los siguientes inventores:
- Elias Howe, Jr. Inventó la aguja de coser con ojo en la punta con la cual se hacía un doble pespunte gracias a un segundo hilo dispuesto en la lanzadera (patente estadounidense Nº 4.750).
- John Bachelder. Añadió la mesa horizontal sobre la que se coloca la tela, el brazo oscilante en el que se fija la aguja con ojo en la punta y el mecanismo de arrastre de la tela que la hace desplazar por la mesa de la máquina de coser (patente estadounidense Nº RE188).
- Sherburne C. Blodgett. Inventó la lanzadera giratoria en la que se fija el segundo hilo para hacer el doble pespunte (patente estadounidense Nº 7.776).
- Allen B. Wilson. Creó una máquina de coser más liviana y sencilla para el ama de casa (patente estadounidense Nº 6.439) inspirándose en las máquinas industriales que ya existían.
Sin embargo, la aventura comercial de la máquina de coser empezó gracias a Isaac Merritt Singer, quien combinó los elementos antedichos y la dotó de otros nuevos, como los pedales para manejar la máquina.
La máquina de coser Singer (patente estadounidense Nº 8.294)
Con esas novedades Singer creó y fabricó la máquina de coser que lleva su nombre (patente estadounidense Nº 8.294), pero apenas hubo beneficios, Elias Howe le reclamó judicialmente 2.000 dólares estadounidenses en concepto de regalías (Howe era lo que hoy se llama vulgarmente “secuestrador de patentes”, o sea, la sociedad que posee los derechos de patente pero que no se dedica a fabricar el producto ni ejecutar el método reivindicado en la patente). Por toda respuesta Singer le dijo que lo echaría a patadas y lo tachó de impostor y de saber muy bien que nunca había inventado nada de valor (aunque no usó las mismas palabras, Singer expresó lo mismo que diría Steve Jobs 150 años después).
Al final Singer y Howe pactaron las regalías. En realidad, Howe también otorgó licencias a otros fabricantes de máquinas de coser y con las regalías ganó más de dos millones de dólares (casi 30 millones al cambio de hoy). Por otro lado, al cabo de poco tiempo la compañía de Singer recibió 20 denuncias interpuestas en cuatro lugares por numerosos titulares de patentes. Además, también tuvo que demandar a sus competidores. Cada demandante hacía valer el derecho a una o más características patentadas de la máquina de coser que se vendía al público, pero ninguno podía reclamar una patente por toda la máquina. En otras palabras, se había creado una maraña de patentes.
Los legajos de los diversos juicios que fueron iniciados llegaron a reunir más de 30.000 (recuérdese que en esa época no había máquinas de escribir y menos aún las veloces impresoras de nuestros días). La carga económica de esos pleitos hizo que se pusiera en duda el valor comercial de la máquina de coser; en ese sentido, un historiador moderno opinó que en aquella época “los pleitos permanentes por causa de los derechos de patente enfrentados [de la máquina de coser] no conseguirían más que arruinar la economía de la nueva industria”.
El consorcio de patentes
En vísperas de un importante juicio que habría de cambiar el curso de la guerra de la máquina de coser, al abogado Orlando B. Potter se le ocurrió una idea revolucionaria: recomendó a las compañías fabricantes de máquinas de coser constituir una sociedad que reuniría y administraría todos los derechos y licencias de patentes que poseían esas compañías. La sociedad se denominó “the Sewing Machine Combination” y tuvo por fin impulsar la concesión de licencias cruzadas de unos competidores a otros y, además, creó un consorcio de patentes para conceder licencias y presentar denuncias. Quedó resuelto el problema de la maraña de patentes cuando los competidores decidieron dejar de lado las diferencias y aunar los respectivos derechos de patente, aunque ello no fue de inmediato, sino que hubo que esperar a que las partes se cansaran de pleitear tras haber gastado inmensas sumas de dinero en abogados.
Pese a todos esos juicios, no se hundió el mundo ni se arruinó la industria de la máquina de coser. El estudio de la historia no permite concluir de ningún modo que ni la aparición de la ropa de confección barata ni la difusión de la máquina de coser resultaran frustradas por los pleitos de patentes en los que Howe, Bachelder, Blodgett, Wilson y Singer se enfrentaron entre sí y también con las diversas compañías que querían fabricar la nueva máquina. Tal es la idea que se debe tener presente a la hora de examinar la guerra del teléfono inteligente que hay en curso.
Las guerras de patentes que podrían estallar en el futuro
Nadie duda de que la maraña de patentes del teléfono inteligente de nuestros días es un verdadero caos de patentes y de pleitos, pues nunca había habido tantas partes, tantas patentes, tanto dinero en juego y un número tan abultado de consumidores. Aunque nadie duda que las patentes del teléfono inteligente son mucho más numerosas que las de la máquina de coser, no parece que la actual ola de denuncias por infracción haya impedido que florezca el ramo del teléfono inteligente como tampoco la batalla jurídica del siglo XIX impidió que surgiera la industria manufacturera de la máquina de coser.
Aunque se afirma que las patentes enfrentadas en la guerra del teléfono inteligente son inválidas o representan adelantos insignificantes, un estudio realizado hace poco por la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos (USPTO) demuestra que ello no es así. En noviembre de 2012 David Kappos, director de la USPTO, afirmó que, según dicho estudio, las sentencias de los tribunales acreditan la validez de más del 80% de las patentes correspondientes al teléfono inteligente, lo cual, a su juicio, es un signo positivo que indica que el sistema de patentes es provechoso para la innovación y que los sucesos que rodean a las patentes del teléfono inteligente son “naturales y lógicos”.
Dista mucho de verse el final de la maraña del teléfono inteligente, aunque es muy posible que en el futuro se trencen nuevas marañas en los campos de la biotecnología, la nanotecnología, las redes sociales, la gestión digital de derechos (DRM), la identificación por radio frecuencia (RFID) e, incluso, el tratamiento del Alzheimer. La maraña de patentes acompaña al surgimiento de los grandes adelantos técnicos y se considera parte inevitable para alcanzar el equilibrio económico.
En el caso del teléfono inteligente nadie puede predecir cuándo remitirán los litigios o si son una condición necesaria del progreso, aunque una mesa redonda celebrada hace poco en la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en Ginebra indicaría la posibilidad de celebrar una tregua. Apenas un mes después de la mesa redonda, Apple y HTC resolvieron las diferencias que mantenían en torno a las patentes, lo cual habría puesto fin a la “guerra atómica” de que habló Steve Jobs.
Prescindiendo de lo que pueda ocurrir con el teléfono inteligente, la historia demuestra que las invenciones no son fruto de una única “chispa de genio”, sino que resultan de la acumulación de distintos y sucesivos perfeccionamientos. Por ello no se debe pensar que la maraña de patentes constituye una traba para la innovación, sino que representa un hito del progreso y parte natural de la evolución que lleva a obtener un producto complejo y de valor comercial. La maraña que se ha tejido ahora en torno al teléfono inteligente no es diferente en absoluto, pues el problema se resolverá con el tiempo y, en el ínterin, la tecnología no detendrá su marcha ascendente. En definitiva, el mundo no se vendrá abajo.
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