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La dura realidad de la vida de músico: entrevista con Miranda Mulholland

Agosto de 2019

Por Catherine Jewell, División de Publicaciones, OMPI

Miranda Mulholland, una música canadiense que ha obtenido varios premios y es propietaria de un sello discográfico y fundadora de un festival, nos ofrece un relato personal de las realidades a las que se enfrentan los artistas en la era digital.

¿A qué retos se enfrentan los artistas como usted?

ImageN: CORTESÍA DE Miranda Mulholland

Hoy en día, incluso los músicos con una carrera profesional consolidada arrostran dificultades económicas. Al principio, pensaba que esto solo me pasaba a mí, hasta que una vez, al dar una charla ante ejecutivos de la industria musical, funcionarios gubernamentales, abogados, encargados de la formulación de políticas y otros músicos profesionales canadienses, me di cuenta de que se trataba de un problema común. Mientras hablaba de mis logros profesionales y mis dificultades económicas personales, los músicos que se encontraban entre el público asentían con la cabeza. En la actualidad, los artistas como yo tenemos que invertir mucho tiempo en estar al día, promocionarnos, publicar contenidos, informar, establecer relaciones y crear contactos. Esto limita el tiempo que dedicamos a la creación, agota nuestra energía y merma nuestra confianza, lo que hace que sea más difícil para nosotros ganarnos la vida con la música. De hecho, muchas personas (demasiadas) sienten que la profesión de artista ha dejado de ser una carrera viable.

En esta era de lustre de los medios sociales, la vergonzosa realidad de los músicos en activo en el mercado digital es un secreto inconfesable. El día en que me sinceré conmigo misma acerca de las dificultades que sufría y me di cuenta de que los compañeros que admiraba tenían los mismos problemas que yo fue uno de los momentos más reconfortantes de mi vida. Me di cuenta de que no era yo la única, sino que la situación nos afectaba a todos. También perjudicaba a los sellos independientes y a las grandes casas discográficas, a los emprendedores artísticos, periodistas, escritores y demás. Lo que muchos llaman la “brecha de valor” estaba poniendo en riesgo todo el ecosistema. Es más, en la actualidad toda una clase media creativa se ve amenazada.

¿En qué reside fundamentalmente el problema?

Aunque el mercado de la música está mostrando signos de recuperación, los ingresos que reciben los artistas están al nivel más bajo de todos los tiempos. Simplemente, no ganamos lo suficiente para llegar a fin de mes. Existe una enorme disparidad entre el valor del contenido creativo que se consume y la remuneración que reciben los artistas que lo crean.

Las empresas tecnológicas nos dicen a los músicos que si no nos ganamos la vida con nuestro trabajo es porque no damos la talla o porque no lo estamos haciendo bien. Se limitan a culpar a la víctima. Sin embargo, la realidad es que nuestro trabajo es de buena calidad; es el marco comercial en el que trabajamos el que es injusto y no funciona. Las cláusulas de exención de responsabilidad excesivamente amplias son una de las causas fundamentales del problema. La normativa vigente sobre la responsabilidad en Internet, que en un principio fue diseñada para apoyar el crecimiento de las plataformas en ese ámbito, está siendo utilizada (de forma indebida) por algunos servicios digitales que pretenden evitar que las licencias de música se concedan en condiciones justas. Esto significa que hay artistas de la comunidad creativa que no obtienen una remuneración justa por su trabajo. A su vez, esto limita nuestra capacidad de ganarnos la vida y de crear y grabar nueva música. En última instancia, esta situación también afecta a los consumidores.

ImageN: cortesía de Miranda Mulholland
ImageN: cortesía de Miranda Mulholland

¿No es solo una cuestión de adaptarse a la economía digital?

Podría decirse que es simplemente una cuestión de adaptación; de hecho, eso es lo que dicen las empresas tecnológicas, y es verdad. Nos hemos adaptado y seguimos haciéndolo. Nos amoldamos, adoptamos estrategias en los medios sociales y logramos llamar la atención, pero nos enfrentamos a un adversario real y reconocible que quita valor a nuestras obras y nos priva de la oportunidad de trabajar en un mercado que funcione correctamente. Las políticas que hacen posible que este adversario se salga con la suya se crearon antes de que existiera el propio adversario y es preciso actualizarlas. Los músicos no creamos productos obsoletos —no fabricamos antiguallas pasadas de moda en los años veinte—, nunca ha habido tanta música como hoy en día, y nunca ha sido tan accesible o popular. La música tiene valor, pero los gigantes tecnológicos la usan para extraer datos de los consumidores y llenarse los bolsillos. YouTube paga una vigésima parte de lo que paga Spotify a los creadores debido a las cláusulas de exención de responsabilidad. Al mismo tiempo, YouTube se está haciendo con todos los datos posibles sobre las preferencias de los consumidores, su edad, sus ingresos y mucho más. En el mundo digital, los consumidores de productos gratuitos se convierten ellos mismos en mercancía. Nos están vendiendo a nosotros mismos.

Un libro maravilloso de Deborah Spar titulado Ruling the Waves apela a la historia para mostrarnos que la innovación siempre crea olas de comercio y caos, seguidas de monopolios y, finalmente, de la aplicación de normas y reglamentos. Pensemos en la prensa escrita, los mapas, la brújula, la radio, la televisión; todos, igual que el salvaje oeste de Internet, siguen el mismo patrón. En otro libro excelente, Move Fast and Break Things, Jonathan Taplin describe cómo, a diferencia de su promesa democratizadora, Internet ha puesto trabas a quienes tratan de ganarse la vida en el ámbito de las artes, en lugar de prestarles ayuda. Estos libros, junto con el informe de Music Canada sobre la brecha de valor publicado en 2017, supusieron un auténtico descubrimiento para mí.

Entonces, ¿es el sistema el que no funciona?

Sí, cuando supe de la “brecha de valor” y sus causas, entendí que el problema no residía en la autoestima que yo pudiera tener como música ni en la falta de esfuerzo y dedicación a mi oficio. Nunca había disfrutado de los mismos ingresos que otros colegas que entraron en la industria antes que yo, a pesar de tener el mismo historial, pero no era por falta de habilidad o de talento por mi parte, sino porque el sistema es deficiente. Al descubrir esto me he liberado de la enorme inseguridad y vergüenza que tenía encima y me he dedicado a buscar soluciones y a aunar esfuerzos con otros en ese cometido.

¿Están consiguiendo los artistas que se les escuche?

Desde que me di cuenta de que es el sistema el que no funciona, he contado mi propia experiencia personal en muchos foros internacionales y estoy impresionada por el enorme cambio de opinión que ha habido sobre este tema desde que empecé a hablar de él. El cinismo para con los creadores ha quedado atrás, al igual que la creencia de que si los artistas no prosperan es culpa suya. Vivimos en un mundo en el que ha tenido lugar el escándalo de Cambridge Analytica, un mundo de injerencia electoral, y tanto la gente como los gobiernos sospechan con razón de la forma en que las gigantescas empresas tecnológicas avanzan rápidamente y van destruyendo cosas a su paso. Existe un verdadero afán, por parte de los responsables de la formulación políticas, de comprender la vida cotidiana de los creadores, los nuevos retos a los que nos enfrentamos en el mundo digital y las medidas que pueden tomar los gobiernos para establecer condiciones de igualdad.

Aunque aquí hablo de mi historia personal, no estoy sola. Se trata de un problema mundial y ya hemos obtenido algunas victorias importantes. En mi país, el Canadá, cuando se revisó la Ley de Derecho de Autor, pudimos ver cómo editores, casas discográficas, artistas y sellos independientes se ponían de acuerdo sobre una serie de recomendaciones. Eso es algo prácticamente inédito.

En octubre de 2018, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos aprobó la Ley de Modernización de la Música, de carácter bipartidista, sin un solo voto en contra. Numerosos artistas, representantes del sector y funcionarios gubernamentales contribuyeron a esa legislación de importancia histórica. La forma en que se unieron los partidos políticos y los representantes de la industria musical para generar el cambio fue realmente impresionante.

En Europa, a principios de mayo de 2019, el Parlamento Europeo aprobó un conjunto de enmiendas de la Directiva sobre derecho de autor, lo que supone un paso importante hacia la reconstrucción de un mercado que funcione en condiciones y que ha quedado casi destruido por la legislación sobre exención de responsabilidad de los años 1990. Además, actualmente, en el Canadá, el Comité Permanente del Patrimonio Cultural Canadiense, que estudió los modelos de remuneración de los artistas y los sectores creativos como parte de la revisión de la Ley de Derecho de Autor, ha publicado un informe y una serie de recomendaciones con visión de futuro que se centran en los creadores. Las voces de los artistas resuenan a lo largo de todo el informe, y si las recomendaciones del Comité se transponen en la legislación, habrá una mejora notable e inmediata en las vidas y actividades comerciales de los artistas y creadores.

¿Es solo una cuestión de leyes obsoletas?

Gran parte de la legislación que explotan las empresas tecnológicas existe desde antes de que se pudieran realizar búsquedas en Google. Muchas de las leyes vigentes en la actualidad todavía reflejan la época de los módems de acceso telefónico, los teléfonos de línea fija y la compra de CD en las tiendas de música, en lugar de reflejar el mundo actual de la transmisión en streaming. En cuanto al contexto, tras la adopción de los Tratados Internet de la OMPI en 1996 (véase el cuadro), pasaron dos años y medio antes de que apareciera Napster. Eso fue cuatro años y medio antes de que Apple sacara el iPod, seis años antes de que llegara el teléfono inteligente Blackberry, ocho años antes de que se subiera el primer video a YouTube y más de un decenio antes de que se transmitiera la primera canción en Spotify.

“Aunque el mercado de la música está mostrando signos de recuperación, los ingresos que reciben los artistas se sitúan al nivel más bajo de todos los tiempos. Existe una enorme disparidad entre el valor del contenido creativo que se consume y la remuneración que reciben los artistas que lo crean”, señala Miranda Mulholland (arriba) (Foto: Cortesía de Miranda Mulholland).

Sin embargo, los Tratados Internet no tienen nada de malo en sí mismos. Las cosas se torcieron debido a la forma en que muchos países decidieron aplicar dichos tratados. Los tratados de la OMPI se establecieron con la mejor de las intenciones, pero siempre hay margen de maniobra e interpretación cuando se trata de su aplicación. Se trata de un terreno resbaladizo que puede poner en peligro los derechos de los creadores.

¿Es usted optimista sobre el futuro?

Albergo esperanzas al ver la unificación de las voces en pro del cambio que han tenido lugar recientemente en el Canadá, los Estados Unidos y Europa. Iguales sentimientos me producen las enseñanzas extraídas de la historia en lo que atañe al proceso de reequilibrio y regulación que sucede a la agitación. Hemos superado una etapa crítica y actualmente se están dando unas condiciones cada vez más favorables. Estamos viviendo un despertar. Existe una conciencia general de que lo se ofrece gratis no sale gratis. Se está generando un movimiento mundial para preservar las artes y la cultura, aquello que nuestra civilización deja atrás para decir: “Estuvimos aquí”. Nos une el lenguaje universal de la música.

Los Tratados Internet de la OMPI

Los llamados Tratados Internet de la OMPI, que comprenden el Tratado de la OMPI sobre Derecho de Autor (WCT) y el Tratado de la OMPI sobre Interpretación o Ejecución y Fonogramas (WPPT), establecen normas internacionales destinadas a impedir el acceso y la utilización no autorizados de obras creativas en Internet y otra serie de redes digitales.

Los creadores de la música, la literatura y las artes visuales han estado a la vanguardia de cada revolución en la que las personas han luchado con el fin de mejorar sus vidas. La música ha sido la banda sonora de los movimientos de derechos humanos en todo el mundo. Los músicos han estado presentes, defendiendo a través de la música los derechos civiles, la democracia, la paz, el derecho a votar, el control de la natalidad, el medio ambiente y otras causas importantes. Hemos estado ahí apoyando a los demás y ahora necesitamos su ayuda.

Todo el mundo puede contribuir a reequilibrar el balance contable en favor de los creadores. En el caso de los músicos, se trata de ser sinceros con respecto a la situación, a pesar de la presión que ejercen los medios sociales con el objetivo de crear la percepción de que se tiene éxito. Eso supone abogar por una legislación sólida de derechos de autor y permitir que otros colegas se manifiesten y hagan lo mismo.

¿Qué pueden hacer los consumidores para apoyar a los artistas en su andadura?

Todo el que se preocupe por la música puede tomar decisiones con conocimiento de causa sobre la manera de transmitir música de manera responsable y beneficiosa para los músicos, protegiendo asimismo sus valiosos datos personales. Los consumidores pueden suscribirse a un servicio de música, comprar discos e ir a conciertos.

¿Y qué pueden hacer la industria musical y los responsables de la formulación de políticas?

A la industria musical, le diría que continúe usando sus ingresos para reinvertirlos en jóvenes creadores y voces diversas y que siga valiéndose de sus potentes medios de difusión con miras a fomentar el crecimiento en todos los rincones del ecosistema musical.

Para los responsables de la formulación de políticas, el mensaje es muy claro: que pongan fin a las disposiciones de exención de responsabilidad de carácter amplio. Que dejen de subvencionar a los multimillonarios que comercializan las obras de otros sin ofrecerles una remuneración justa a cambio.

Mi pregunta a los lectores es: ¿qué harán ustedes ahora?

El propósito de OMPI Revista es fomentar los conocimientos del público respecto de la propiedad intelectual y la labor que realiza la OMPI, y no constituye un documento oficial de la Organización. Las denominaciones empleadas en esta publicación y la forma en que aparecen presentados los datos que contiene no entrañan, de parte de la OMPI, juicio alguno sobre la condición jurídica de ninguno de los países, territorios o zonas citados o de sus autoridades, ni respecto de la delimitación de sus fronteras o límites. La presente publicación no refleja el punto de vista de los Estados miembros ni el de la Secretaría de la OMPI. Cualquier mención de empresas o productos concretos no implica en ningún caso que la OMPI los apruebe o recomiende con respecto a otros de naturaleza similar que no se mencionen.