Por Catherine Jewell, División de Información y Difusión por Medios Digitales, OMPI
Rossana Díaz Costa creció con la pasión de la literatura y el cine. Si bien estudió literatura, esta confesa “fanática del cine” pronto decidió centrar su atención en la cinematografía. “Aunque me encanta mi vida en la literatura, es algo que hago en soledad; pero hacer películas, cuando se tiene el dinero, es maravilloso. Rodar una película es como hacer magia: ves que tu guion cobra vida”, explica Díaz Costa.
Rodar una película es como hacer magia: ves que tu guion cobra vida.
Tras finalizar su doctorado en literatura en España, Díaz Costa comenzó a trabajar en pos de sus ambiciones como cineasta, y estudió dirección y escritura de guiones en escuelas de cine en La Coruña y Madrid. Pero al regresar al Perú, abrirse camino en la industria cinematográfica fue un desafío. Díaz Costa explica: “Me costó mucho trabajo llegar a ser cineasta en el Perú, donde no hay industria cinematográfica y donde ser mujer lo hace aún más difícil. Fue muy complicado. Pero cuando hay un pequeño monstruo en tu cabeza que te dice que hagas una película, lo haces”.
En 2022, Díaz Costa logró cumplir una meta largamente acariciada: adaptar a la pantalla su novela favorita, Un mundo para Julius, del renombrado novelista peruano Alfredo Bryce Echenique. Estrenada en 2021, la película recibió una extraordinaria acogida y estuvo nominada para los Premios Gaudí de 2022. Hace poco Díaz Costa habló con la Revista de la OMPI sobre su trayectoria como cineasta, sobre los desafíos que enfrentó como directora mujer y sobre la manera en que está promoviendo la cinematografía en el Perú, en particular entre las jóvenes y las mujeres.
Leí la novela por primera vez cuando tenía 12 años. Fue la primera novela para adultos que leí, si bien en ella se cuentan las experiencias de Julius como niño. Me dejó una honda impresión, cambió completamente mi forma de ver las cosas, y suscitó en mí muchas preguntas sobre aspectos de mi país que en ese momento en realidad no entendía. En la novela se exploran cuestiones relacionadas con la desigualdad, el racismo y la violencia de género desde la perspectiva de un niño. Siendo yo una niña, me sentía identificada con la historia, si bien no entendía por completo todas esas cuestiones. Así que leí la novela todos los años mientras cursaba mis estudios de la escuela secundaria. En la universidad la usé como referencia en la clase de estudios generales, y en la escuela de cine en Madrid la usé para mi clase de adaptaciones cinematográficas. Mi docente pensaba que era una locura usar una novela de 600 páginas para ese ejercicio, pero para mí no había otra posibilidad. Es difícil de explicar, pero la novela me ha seguido.
La idea de llevar a la pantalla Un mundo para Julius siempre estuvo en mi mente. Pero era una enorme responsabilidad, ya que se trata de una novela sumamente importante del Perú y del mundo hispano. Durante mi estadía en España conocí al autor, Alfredo Bryce Echenique. Ese fue un momento muy importante para mí.
Tras rodar mi primera película, fui docente universitaria en el Perú por muchos años, y cada vez que mencionaba la novela Un mundo para Julius a mis estudiantes, no sabían de qué estaba hablando. No podía creer que no hubieran estudiado este clásico en la escuela. Al mismo tiempo, veía que el Perú no había cambiado en absoluto, y que los problemas fundamentales que se describen en la novela parecían repetirse. Así que decidí que había llegado el momento de llevarla a la pantalla. De esa manera lograría que las generaciones nuevas la conocieran, y también arrojaría luz sobre su discurso social, que sigue estando vigente.
Hacer esta película me permitió combinar mis dos pasiones profesionales —la literatura y el cine— en una conjunción perfecta. Comencé a escribir el guión sin saber si alguna vez obtendría los derechos para hacer la película. Fue una locura. En general, primero se obtienen los derechos y luego se escribe el guión.
Hacer esta película me permitió combinar mis dos pasiones profesionales —la literatura y el cine— en una conjunción perfecta.
Entonces le escribí al agente literario de Bryce Echenique en España para ver si podía obtener los derechos sobre la novela. Me dijeron que estaba entrado en años y enfermo, y que ya había habido cinco productores que habían obtenido los derechos sobre la novela, pero no habían hecho la película. Por eso, solo le otorgarían los derechos a personas que hubieran escrito un primer borrador del guión. Pensaron que con eso lograrían deshacerse de mí, pero se quedaron de una pieza cuando les dije que ya lo tenía escrito. ¡Se lo envié en menos de una semana!
El agente me pidió un precio de nivel Hollywood por los derechos, algo que estaba fuera de mi alcance, así que le escribí a Bryce Echenique para explicarle la situación. Afortunadamente, él había visto mi primera película y le había gustado, así que le dijo a su agente que me ofreciera un descuento del 50% sobre el precio de los derechos. Eso hizo que el proyecto pasara a ser viable. Desde entonces, Bryce Echenique y yo hemos llegado a ser grandes amigos. Es un gran apoyo moral.
Tuve que decidir lo que realmente quería que se viera en la película. La novela es muy amplia, pero en esencia es la historia del paso hacia la adultez de Julius, un niño que lentamente pierde la inocencia cuando ve las injusticias que ocurren en su propia casa. Julius se da cuenta de que la sociedad peruana está dividida entre “los que tienen” y “los que no tienen”, y eso no le gusta. De hecho, él es una víctima de la misma clase acomodada a la que pertenece. Pero aun con ese recorte, me quedaban todavía 300 páginas de la novela para adaptar. Así que tuve que seleccionar los episodios de la vida de Julius que fueran más interesantes y que funcionaran desde una perspectiva cinematográfica. Fue un proceso muy disfrutable.
Costó unos USD 800.000. Eso no es nada. Está ambientada en la década de 1950, así que la dirección artística —los sets, el vestuario y los accesorios correspondientes a esa época— fue la parte más costosa de la producción, y la que llevó más tiempo. El rodaje en sí mismo fue muy breve, apenas 25 días. Pero para llegar a esos 25 días, demoramos dos años. Me habría gustado tener más tiempo, pero no teníamos dinero.
La película aborda temas universales que trascienden el paso del tiempo. Todos hemos sido niños y podemos identificarnos con eso, y las cuestiones de la desigualdad, el racismo y la violencia de género siguen siendo cosa de todos los días. Los conflictos sociales del mundo son la consecuencia de la enorme brecha entre quienes tienen dinero y quienes no. Quienes ven la película establecen paralelos con sus propios países y ven reflejados los temas en su propia realidad. Al final de la película, añadí un giro propio —que no aparece en la novela— porque quería que la gente entendiera que estas cuestiones siguen afectando las vidas de las personas hasta el día de hoy.
Para mí, el cine es más que una pasión: es una forma de transmitir ideas. También escribo literatura, pero con el cine se llega a más personas. Muchas personas no leen, pero disfrutan yendo al cine. Es una forma de hacer que la gente reflexione en por qué las cosas son como son y qué podemos hacer para cambiarlas. Con que solo una persona decida cambiar las cosas para mejor ya es suficiente. La gente necesita hablar sobre estos temas.
Para mí, el cine es más que una pasión: es una forma de transmitir ideas.
Me gustaría que en el Perú hubiera una escuela de cine pública. De esa forma, pueden empezar a desarrollarse las destrezas especializadas que se necesitan para establecer una industria cinematográfica en el país. Si bien el Gobierno apoya hasta cierto punto a los cineastas, es fundamental que los responsables de la formulación de políticas reconozcan que para el Perú sería beneficioso tener una industria cinematográfica y que den prioridad a nuestro sector creativo.
Tuve que transformarme en productora cinematográfica —un aspecto del negocio que realmente no me gusta— porque necesitaba obtener fondos para rodar la película, y la única manera de hacerlo era teniendo mi propia productora. En el Perú, no hay nadie del sector privado que financie películas. En general no creen que pueda ser una actividad redituable. Afortunadamente, di con varios productores asociados —personas, no empresas— que decidieron invertir en la película.
El aspecto de la distribución fue nuevo para mí. La película se estrenó en noviembre de 2021, alrededor de un mes después de la reapertura tras la pandemia de COVID-19. Estuvo en cartelera por siete semanas, lo que fue una agradable sorpresa. También le fue muy bien en los festivales de cine, y suscitó el interés de varias universidades que ofrecen cursos de estudios latinoamericanos, literatura y comunicaciones. No había pensado en esa fuente de ingresos. Desafortunadamente, la película nunca llegó a Netflix o Amazon debido a un lamentable error. Sin que yo lo supiera, uno de los asociados, un canal de televisión, incluyó la película en su propia plataforma y con eso destruyó su exclusividad. Esa fue una dura lección. Todavía tengo mucho que aprender sobre la distribución de películas.
No ha sido fácil. La cultura del Perú es muy machista, y ha llevado tiempo que las personas reconozcan que una mujer puede hacer películas. Los prejuicios de género entre quienes financian los proyectos y los críticos de cine son sumamente frustrantes. Por ejemplo, cuando me acerqué a un banco para solicitar financiación para Un mundo para Julius, no podían creer que no tuviera un productor varón. Lo interesante es que cuando para mi primera película me acompañó mi productor argentino, un hombre, las puertas de repente se abrieron. Podría contar mil historias similares. Pero en el set, nunca he tenido problemas. Los hombres del personal siempre han sido sumamente respetuosos.
Las mujeres representan apenas un 15% del total de cineastas en el Perú [...] Pero miro al futuro con mucho optimismo, porque más y más mujeres se están interesando en hacer películas, en escribir guiones y en aprender sobre dirección y producción cinematográfica.
Soy la presidenta de una asociación llamada Nuna —que significa “alma” en quechua— que reúne a unas 45 mujeres peruanas que son directoras cinematográficas. Todas hemos tenido experiencias similares y nos apoyamos entre nosotras. Mediante la asociación, organizamos pequeños festivales de cine en los que se presentan los trabajos de directoras mujeres. Son muy populares. También visitamos distintas escuelas para mostrar a los alumnos que las mujeres pueden rodar películas, y que de hecho lo hacen.
Alrededor de 20 mujeres peruanas de Nuna han realizado largometrajes, incluidos documentales. Otras 30 hacen cortometrajes. Las mujeres representan apenas un 15% del total de cineastas en el Perú, y solo un 1% de ellas no proceden de Lima. Pero miro al futuro con mucho optimismo, porque más y más mujeres se están interesando en hacer películas, en escribir guiones y en aprender sobre dirección y producción cinematográfica. También se están interesando en los aspectos técnicos de la cinematografía, un ámbito en el que siempre han predominado los hombres. En los próximos 20 años, creo que veremos un número mucho mayor de mujeres cineastas en el Perú.
En primer lugar, un cineasta debe entender la cuestión de la propiedad intelectual y los derechos de que goza. Esto le permite proteger sus obras, percibir ingresos a partir de ellas y luchar contra la piratería. Es muy importante no desperdiciar todo el esfuerzo que se invierte en una obra dejando que circulen versiones pirateadas en DVD o en YouTube. Aunque para muchas personas la piratería es normal, muestra una total falta de respeto hacia la obra del autor.
Todos ganan si logramos alcanzar un equilibrio entre el derecho del público al arte y el derecho del creador a que se le reconozca y recompense por su obra.
Algunas personas piensan que permitir que todos disfruten de su obra de manera gratuita es positivo para el público; pero si los cineastas no pueden ganarse la vida con su trabajo, ¿cómo podrían crear nuevas películas? Todos ganan si logramos alcanzar un equilibrio entre el derecho del público al arte y el derecho del creador a que se le reconozca y recompense por su obra. Aun queda mucho por hacer para educar a la gente sobre este tema.
En segundo lugar, para las jóvenes interesadas en la cinematografía, mi mensaje es el siguiente: no tengan miedo. No dejen que una mala experiencia las desanime. Contacten con otras mujeres que hagan películas y establezcan su propio grupo de apoyo.
El propósito de OMPI Revista es fomentar los conocimientos del público respecto de la propiedad intelectual y la labor que realiza la OMPI, y no constituye un documento oficial de la Organización. Las denominaciones empleadas en esta publicación y la forma en que aparecen presentados los datos que contiene no entrañan, de parte de la OMPI, juicio alguno sobre la condición jurídica de ninguno de los países, territorios o zonas citados o de sus autoridades, ni respecto de la delimitación de sus fronteras o límites. La presente publicación no refleja el punto de vista de los Estados miembros ni el de la Secretaría de la OMPI. Cualquier mención de empresas o productos concretos no implica en ningún caso que la OMPI los apruebe o recomiende con respecto a otros de naturaleza similar que no se mencionen.